La violencia doméstica se desarrolla en un ciclo que comprende diferentes fases: tensión, agresión, justificación y reconciliación.

Tensión:

Al principio de la relación, todo funciona bien, es la luna de miel. Entonces, poco a poco, la tensión se va instalando en la relación, con diversos pretextos: la víctima no hace las cosas como le gustaría a su pareja. Por ejemplo, ¿por qué no organizó el armario en cuanto regresaron de viaje? ¿Por qué muestra tanto placer en compañía de otras personas y no con él o ella? Los pretextos son agravantes que se utilizan para crear un clima de tensión. No es la causa de la violencia.

La tensión se manifiesta de múltiples maneras: silencios intensos, ausencias prolongadas, amenazas, tono agresivo, gestos bruscos, suspiros, reproches disimulados, enfado excesivo, miradas amenazantes, intimidación... La mujer sabe que la tensión conduce con toda seguridad a una explosión y que sobre ella recaerán los restos.

La mujer percibe esta amenaza creciente e intenta por todos los medios calmar el ambiente. Ella vigila cada uno de sus movimientos y palabras para no disgustar a su pareja, camina con pies de plomo, trata de complacerlo, calma a los niños. Intenta protegerse de las amenazas de violencia explícitas o implícitas. Se adapta y se centra en los estados de ánimo y las necesidades de su pareja. Tiene miedo y trata constantemente de evitar lo peor.

Agresión:

El(la) agresor(a) utiliza la violencia contra su pareja. La forma utilizada puede ser verbal, psicológica, física, económica, sexual u otra. El(ella) puede dar la impresión de estar perdiendo el control de sí mismo(a), pero no es así, de hecho, está utilizando la violencia con la clara intención de mantener su poder sobre su pareja. En este contexto, la mujer se siente ultrajada, indefensa e impotente, porque todo lo que hace para bajar la tensión no funciona.

Sin embargo, a veces reacciona y se defiende en la agresión, para impedir el ataque y garantizar su seguridad. Esto se llama comportamiento de violencia reaccionaria.

Tras esta crisis, la víctima se verá desestabilizada y podrá poner en duda el comportamiento de la otra persona o la propia relación.

https://sosviolenceconjugale.ca/fr/outils/sos-infos/demasquer-la-violence-conjugale

Justificaciones:

Inmediatamente después de la agresión, el(la) agresor(a) intenta justificar su comportamiento. Minimiza la naturaleza y la gravedad de la agresión. Menciona problemas con el alcohol, las drogas o la medicación, problemas en el trabajo o con los compañeros, abusos físicos o sexuales que sufrió de niño, rechazo de los padres, de las familias de acogida, problemas de salud como depresión o dolores corporales. Dice que es incapaz de controlar su violencia, culpa a su pareja, diciendo que exagera, que no lo(la) comprende, que no lo(la) quiere lo suficiente, que está completamente loca(o) o que no tenía por qué haberlo(la) provocado. En resumen, hace responsable a su pareja de sus propios actos y luego retoma rápidamente la vida normal.

Ante todas estas justificaciones, y debido a todos los mensajes recibidos anteriormente, la mujer se olvida de su propia ira. Llega a verse a sí misma como responsable, en parte, del comportamiento violento de su pareja y llega a creer que, si cambia su propia actitud y comportamiento, la violencia terminará.

Reconciliación:

La persona agresora perturba la percepción de la víctima y comienza a expresar su arrepentimiento. Parece querer reconciliarse y pide humildemente perdón a su pareja, le pide ayuda, le ruega empezar de nuevo. Incluso le compra regalos y vuelve a estar muy enamorado(a), felicitándola(lo) y haciéndole muchas promesas. Durante este periodo, la mujer vuelve a descubrir a su pareja. Este aparente remordimiento mantiene en la mujer una alta tolerancia a la agresión. Su pareja le asegura que no volverá a ser violento(a) si ella(el) cumple con sus exigencias. Esta fase también la mantiene esperanzada en que todo se solucionará.